Alteraciones de conducta: ¡¡No me contradigas!!

Empecemos por el final: no es útil ni beneficioso contradecir a una persona que está convencida de que lo real es lo que ella cree y seguirá creyendo, así en mi relación con personas y familiares de personas con deterioro cognitivo he oído cientos de veces frases como éstas:

Lleva sesenta años en Madrid y se empeña en decir que vive en Málaga…

Asegura que no soy su hijo, cree que soy un impostor…

Niega que esté viuda, habla de su marido como si estuviera aún…

Asegura que había alguien en la casa…

Quiero irme a casa, esta no es mi casa…

Valgan como ejemplos de algunas de las situaciones que pueden encontrarse los familiares o cuidadores de algunas de las personas con demencia, diversos estudios y nuestra propia experiencia nos llevan a considerar que lo más beneficioso para estas personas es no contradecirles.

Así que tomamos partido por llevar a cabo la estrategia de no rebatirles para manejar este tipo de situaciones, tampoco se trata de sumarnos a la opinión de la persona reforzando su percepción errónea,  tampoco se trata de hacer oídos sordos

Justifiquemos ahora nuestra posición

La primera razón procede de las consecuencias emocionales que puede tener para la persona que la pongamos en entredicho

Generaríamos frustración, ya que “yo percibo la realidad de una manera determinada, que me intenten convencer de que es de otro modo que no puedo percibir o comprender, y que además emocionalmente no soy capaz de aceptar solamente me genera emociones negativas”.

También puede suceder que “eso de lo que me intentas convencer, sea demasiado doloroso en sí mismo” y no merece la pena generar un dolor gratuito, por ejemplo en el caso de la viudedad, menos aún cuando a lo mejor mañana habré olvidado de nuevo la noticia y volveré a vivirla como si fuera la primera vez.

La segunda razón procede del conocimiento de la situación cognitiva en la que la persona se encuentra

Se considera que los delirios se deben en las personas con demencia a déficits de memoria (se fabula para rellenar las lagunas de memoria) o déficits perceptivos (se percibe de manera distorsionada el entorno), aunque también pueden estar causados por una patología médica que ante todo es preciso descartar.

¿Qué hacemos entonces?

En primer lugar empaticemos,  y eso consiste en  ponernos en “sus zapatos”, absolutamente, ejercitemos la imaginación y planteémonos por ejemplo que sucedería si la casa en la que ahora vivimos nos fuera del todo extraña, no la reconociéramos, y pidiéramos volver a nuestro hogar y nos “invalidaran”, nos aseguraran que no hay otro hogar, que este es el único que hay. Uno puede imaginarse la angustia, la frustración, el desconcierto…

En segundo lugar permitamos a la persona expresarse, escuchémosla activamente sin juzgar lo que nos está diciendo, que es, sin ninguna duda, lo que cualquier persona necesita cuando pretende comunicar algo.

Intentemos resolver la situación de la manera más sencilla y práctica posible, sin generarle a la persona un conflicto: así si se empeña en indicar “mis padres me están esperando”, podemos responderle “está bien, no te preocupes, en 15 minutos nos vamos” y busquemos alternativas que puedan convivir con la realidad que la persona vive, aunque aparentemente no sean compatibles: “tú hija Rosa acaba de llamar y estará recogiéndote a las cinco”.

Hay que procurar ser sincero en la relación/ comunicación hasta el punto que sea posible, las personas parece que mantenemos la capacidad de percibir e interpretar las señales no verbales hasta estadíos muy avanzados de las enfermedades neurodegenerativas, de manera que si tratamos de comunicarnos con una persona sin autenticidad se pueden detectar las inconsistencias entre el mensaje verbal y no verbal.

A veces la persona puede mantener al mismo tiempo dos creencias contradictorias, afirmar por ejemplo que vive en Málaga y al preguntarle su dirección, indicarnos que vive en la Calle Atocha de Madrid. Si a la persona no le supone ningún inconveniente ¿por qué no aceptar las dos creencias?